Como sabe cualquiera que haya sufrido tratando de sacar un cultivo adelante, la fitopatología se parece mucho a una guerra y –como en cualquier guerra– lo primero y principal es identificar al enemigo; y cuando se trata de patógenos vegetales esto no siempre es fácil… Con los insectos y ácaros es menos complicado; los ves a simple vista y –metiéndolos debajo de un binocular– puedes observar su anatomía y distinguir –más o menos– a unos de otros. Con los hongos es bastante más difícil, pero al menos ves sus estructuras y en muchos casos –está vez con ayuda del microscopio óptico– pueden distinguirse las distintas especies por sutiles diferencias morfológicas. Con el resto de los patógenos y especialmente con los virus la cosa se complica; para verlos en detalle hacen falta microscopios electrónicos, pero –aunque se han desarrollado técnicas para detectar con ellos algunos virus vegetales (ver aquí)– las técnicas son complejas y esos cacharros son bastante caros y difíciles de manejar, así que en la práctica sólo se utilizan en investigación. Evidentemente, podemos basar nuestro diagnóstico sólo en los síntomas observables de la enfermedad, pero a menudo los síntomas son confusos y pueden llevarnos a errores… Vamos, que para identificar inequívocamente a un virus no hay más remedio que recurrir a pruebas biológicas o analíticas; y al desarrollo y puesta a punto de esas pruebas se han dedicado desde hace bastantes décadas unos imprescindibles aliados nuestros: los fitopatólogos. En mi opinión la victoria en muchas “batallas fitopatológicas” –pasadas, actuales y por venir– depende y dependerá de la sinergia entre agricultores, técnicos de campo y fitopatólogos. Al fin y al cabo, nuestra experiencia de campo no sirve de nada sin sus conocimientos; y viceversa.
Centrándonos en los virus, en principio sería posible detectarlos e identificarlos combinando distintas pruebas biológicas. Bastaría con infectar en laboratorio determinadas plantas indicadoras que reaccionan mostrando síntomas evidentes y distintivos a determinados virus (ensayo de rango de hospedantes) Además, como ciertos virus se trasmiten sólo si son inoculados por un determinado insecto vector de forma muy específica, se podría identificar un virus en función de que insecto es capaz de trasmitirlo (ensayo de trasmisividad) También podemos probar a infectar plantas indicadoras con nuestro virus desconocido, pero sometiéndolo antes a distintos procesos que reducen la capacidad infectiva –dilución, desecación, choque térmico,…– (ensayo de propiedades in vitro) Pero claro, para analizar muchas muestras tendríamos que cultivar una gran cantidad de diversas plantas indicadoras y criar poblaciones de los principales vectores en condiciones de absoluta asepsia, lo que resulta muy caro y engorroso. Cuando se trata de dar un diagnóstico rápido, económico y preciso –que es lo que necesitamos en el campo– no hay más remedio que recurrir a técnicas analíticas. Y como un virus es “sólo” una –o unas pocas– hebra de ácido nucleico rodeada de una cápside proteica, para analizarlo sólo podemos buscar dos cosas: las proteínas de la cápside específicas o el ácido nucleico específico de cada virus. Y he subrayado el término “específico” para dejar claro que –por ahora– no puede hacerse un “barrido” de muchos virus a la vez. Antes de comenzar a analizar es necesario realizar un pre-diagnóstico o pueden darse muchos palos de ciego –tengo que aclarar que los fitopatólogos especializados en virus de los laboratorios en los que he analizado muestras son auténticos fenómenos en esto–.
Para los virus vegetales que sólo se localizan en el floema (como es el caso del TYLCV y de los crinivirus) la poca concentración de ácido nucleico viral en los extractos se soluciona fabricando ADN en un tubo de ensayo mediante una técnica denominada reacción en cadena de la polimerasa o PCR (del inglés Polimerase Chain Rection) En esta técnica un extracto de la muestra de introduce en un pequeño tubo junto con enzimas ADN-polimerasas, capaces de fabricar ADN a partir de pequeños fragmentos de ADN denominados cebadores (primers) Y precisamente en estos cebadores está el truco, pues se sintetizan de manera que sean perfectamente complementarios a determinadas puntos del ADN viral. El tubo de ensayo se somete a una serie de cambios de temperatura controlados, los cuales inducen la separación de las hebras de ADN, la unión de los cebadores al ADN viral y la fabricación de nuevas cadenas de ADN doble por parte de la ADN polimerasa. Tras repetir este proceso unas 32 veces el fragmento de ADN viral delimitado por los dos cebadores –denominado diana de copia (target copy)– se habrá duplicado unas 1.000 millones de veces –y no, no me he equivocado de número–. Es evidente que, si en el extracto que aportamos inicialmente al tubo había aunque sólo fuera unas pocas hebras de ADN viral, al final de todo este proceso el fragmento de ADN más abundante en la muestra será precisamente la diana de copia. Ahora solo queda separar los distintos fragmentos de ADN según su tamaño aplicando una corriente eléctrica –mediante una técnica llamada electroforesis en gel– y comprobar si la diana de copia está o no presente. En la tercera imagen he tratado de describir gráficamente el proceso, pero reconozco que no es fácil... Aquí podéis descargar una animación flash donde se explica perfectamente la reacción en cadena de la polimerasa (cuando la descarguéis aparecerá un archivo exe en vuestro ordenador que podéis ejecutar sin peligro, no es un virus) En sus comienzos esta técnica resultaba muy engorrosa: las polimerasas se degradaban con las temperaturas altas necesarias para separar las cadenas de ADN –había que añadir nuevas enzimas al inicio de cada ciclo– y además era complicado controlar los ciclos de temperatura. Pero hoy en día se han solucionado esos problemas utilizando ADN-polimerasas de microorganismos extremófilos que viven en aguas hirvientes –las llamadas ADN-polimerasas termoestables– que resisten perfectamente las temperaturas que requiere la separación de las hebras de ADN. Además, el desarrollo de unos aparatos que controlan automáticamente los ciclos de temperaturas –los termocicladores– facilita mucho la aplicación de estas técnicas en cualquier laboratorio. Para los virus con genoma de ARN –que son el 80% de los virus vegetales– se ha desarrollado una técnica muy similar, la reacción en cadena de la polimerasa con transcripción inversa o RT-PCR (del inglés Reverse Transcription PCR) que es exactamente igual que la descrita, pero comienza tratando el extracto de la muestra con una enzima transcriptasa inversa, capaz de hacer copias exactas de ADN a partir del ARN viral. Hoy día, estas mejoras han convertido a la PCR en una técnica habitual en cualquier laboratorio de fitopatología, básica para analizar gran número de virus y otros patógenos.
Pues después de todo este rollo espero que haya quedado claro –para los valientes que haya llegado hasta aquí– que, a pesar de su pequeño tamaño y de no poder verlos, los virus no son enemigos totalmente invisibles. Gracias al trabajo de muchos investigadores hoy en día podemos detectarlos y gracias al trabajo de otros muchos es posible que algún día lleguemos a controlarlos, si es que los políticos nos dejan…
Pero eso lo dejaremos para otro post, porque hoy –como dijo el ex presidente Aznar en el parlamento europeo– “¡Menudo rollazo que he soltao!”…
Estimado entomofílico.
ResponderEliminarSin ánimos de molerstar o hacer la pelota.
Podrás mencionar la palabra "friki". Puede que yo me considere un friki. Pero la palabra friki engloba mucho. Y las personas que enfocan sus objetivos y dedican su vida a los que más les gusta, de forma honesta y loable. podrán ser frikis, pero merecen el respeto en su campo.
Al margen de algún comentario insensato o infanti. Decir que a muchos, a mi personalmente, eso me parece, encuentro agredecido esta información que nos aportas. Siempre estará aquí, por los siglos de los siglos, y se podrá consultar, leer, o revisar cuando uno lo desee.
Gracias, porque lo que no tiene precio, tiene valor..
Lorenzo.
lo que hace el aburrimiento....y el vacio general
ResponderEliminar