Pues al
fin retomo mi serie sobre los hongos fitopatógenos. La verdad es que siento el
retraso, pero este post –que dedicaré en exclusiva a los fungicidas químicos–
ha estado a punto de poder conmigo; demasiado trabajo gráfico –como veréis si
llegáis al final– para hacerlo en menos tiempo… En fin, nos habíamos quedado hablando
de las herramientas biológicas y químicas disponibles para la batalla diaria
con nuestros enemigos infiltrados, y desde luego los más importantes en la
actualidad son los fungicidas químicos. No es cuestión de recordar productos o
materias activas que se recomiendan para cada especie –eso ya lo manejamos cada
día en nuestros cultivos y hay infinidad de páginas en la red con esa
información– así que trataremos de organizar las decenas de sustancias que
aparecen en cualquier vademécum y de aclarar unos pocos conceptos tan básicos
como poco tenidos en cuenta.

La
clasificación más tradicional de los fungicidas es la que se refiere a su
movilidad dentro de la planta, y así se habla de fungicidas de contacto y de fungicidas
sistémicos; pero estos términos tan usuales en nuestra práctica diaria pueden llevarnos a confusión.
En primer lugar los fungicidas de
contacto no tienen –a pesar de su nombre– que tocar al hongo para matarlo; su función es establecer una película
protectora sobre la superficie vegetal –que evite la germinación de las
esporas o el desarrollo del micelio inicial– antes de que se produzca la infección. Su nombre deriva de
que no son capaces de penetrar en los tejidos vegetales y migrar a las zonas crecidas
tras el tratamiento; así que para que resulten eficaces –que lo son– es
necesario realizar aplicaciones periódicas –que cubran las zonas no tratadas– y
lograr una buena cobertura del vegetal –evitando dejar puntos débiles sin
película protectora–. Por otro lado están los fungicidas sistémicos, que sí son absorbidos por la planta y
movilizados hacia zonas que no han recibido tratamiento. Eso sí, no todos los fungicidas considerados
sistémicos lo son en el mismo grado; de hecho –como podéis ver en la
primera imagen– se habla de 4 niveles de sistemia: 1) sistemia completa, en la que el producto –tras penetrar en el
vegetal– se mueve tanto hacia las hojas y ápices –a través del xilema– como
hacía las raíces y frutos –a través del floema–; 2) sistemia basípeta, en la que el producto solo se mueve hacía las
raíces y los frutos por el floema; 3) sistemia
acropétala, en la que se mueve hacia las hojas y ápices por
el xilema y 4) sistemia local –a
veces también llamada penetrante o traslaminar– en la que la molécula
penetra en el tejido vegetal, pero solo es capaz de moverse a las células
circundantes, con lo que su movimiento es bastante limitado. Pues bien, –que yo
sepa– el único fungicida con sistemia
completa es el humilde Fosetil-Al, no hay ningún fungicida con sistemia basipeta y solo algunos
fungicidas que suelen aplicarse por riego tienen una sistemia acropetala digna de tener en cuenta. La inmensa
mayoría solo son sistémicos a nivel local; vamos, que solo son translaminares o
penetrantes.

Este
comportamiento de los distintos fungicidas de ser absorbidos o no por la planta
tiene importantes connotaciones a la hora de gestionar una enfermedad fúngica.
Se ha de adecuar el uso de cada materia activa a la fase de la infección en la
que nos encontremos, como he tratado de reflejar en la segunda imagen. Prevenir una enfermedad fúngica significa
impedir la germinación de las esporas o la penetración de los micelios iniciales en el tejido vegetal, lo que no se puede hacer con fungicidas sistémicos
porque –evidentemente– estarán dentro
de los tejidos vegetales. Los
fungicidas de contacto son los fungicidas preventivos por excelencia,
pues la película protectora que forman sobre las plantas evita la germinación
de las esporas y/o impide la penetración de los micelios. Eso sí, una vez
consumada la infección, con el micelio del hongo alimentándose y/o creciendo
dentro del tejido vegetal, de nada sirven los fungicidas preventivos de
contacto; es el momento de los fungicidas sistémicos. Resulta evidente que para matar algo que está dentro de la planta
–o alimentándose de ella– tendremos que
llegar al interior de los tejidos vegetales. Por ello los fungicidas sistémicos son fungicidas curativos, y deberían emplearse en fases avanzadas de la
infección para evitar el crecimiento del micelio y la formación de nuevas
esporas; y hablo en condicional porque es demasiado habitual que se
utilicen fungicidas sistémicos como preventivos. No
es que no funcionen –evidentemente si un micelio inicial encuentra una sustancia
fungicida dentro de la célula que trata de infectar morirá y se detendrá la
infección– es que usar los fungicidas sistémicos de esta forma es matar moscas
a cañonazos; algo comparable a atiborrase de antibióticos cada mañana para
evitar ponerse enfermo…
Pero
queda una cuestión de capital importancia a la hora de diseñar una estrategia
de manejo, y es conocer cómo funciona cada una de nuestras armas, sobre todo si
queremos que nos duren... Conocer el modo de acción de un fungicida no es una
cuestión de simple curiosidad; alternar
entre moléculas con distintos puntos de acción es fundamental para evitar la
aparición de resistencias en los hongos y administrar con eficacia las cada
vez más escasas armas de las que disponemos. Los hongos no tienen tejidos
ni órganos, solo son células minimamente organizadas en hifas; los fungicidas
son moléculas que alteran a nivel celular determinadas enzimas o procesos metabólicos muy
concretos, matando las células fúngicas. La clasificación de estas sustancias
según su punto de acción la realiza el FRAC
–Fungicide Resistance Action Committee–
que clasifica todos los fungicidas empleados en el mundo en los 12 grupos –con
sus correspondientes subgrupos– que podéis ver en este
documento o en este
poster. Repasaremos por encima estos 12 grupos, centrándonos en aquellos
que como horticultores más nos interesan (los que estén interesados en conocer en detalle el modo
de acción de cada grupo pueden descargarse una presentación mucho más detallada en el
site de la revista
homo agrícola)

En el grupo A encontramos una serie de
sustancias que interfieren la síntesis de los ácidos nucleicos; entre ellos
están: A1) las fenilamidas, que actuan inhibiendo la ARN polimerasa y son una de
nuestras principales armas contra mildius y pitiales. El metalaxil M (RIDOMIL) es el más utilizado, pero hay alguno más. A2) las hidroxi-pirimidinas, que inhiben la síntesis de la bases purinicas y son
utilizadas para el control de oidios. El bupirimato
(NIMROD) pertenece a este grupo.
El grupo B engloba moléculas que
interfieren en la mitosis y la división celular; allí están: B1) Los benzimidazol carbamatos y B2)
los n-fenil carbamatos; dos clásicos
contra podredumbres que bloquean la β-tubulina e impiden la formación de los microtubulos. Entre ellos están el metil
tiofanato y el dietofencarb
(SUMILAN) B5) Las benzamidas, que desorganizan las espectrinas colapsando el citoesqueleto y que son sin duda
el grupo de moda este año tras el éxito de la fluopicolida (VOLARE), el producto estrella entre los pepineros del
Poniente.
En el grupo C encontramos sustancias que
interfieren la respiración celular en las mitocondrias. Las más importantes son las famosas
estrobilurinas, los fungicidas QoI
del C3 que interfieren en el citocromo bc1 del complejo III; entre ellos están el azoxistrobin (ORTIVA), el kresoxim metil (STROBY) y el trifloxistrobin (FLINT) Otro producto
muy interesante es el SIGNUM, una mezcla de boscalid
(C2) y piraclostrobin (C3) El C4 está formado por otro grupo de sustancias que actuan también sobre el citocromo bc1 de complejo III, pero en otro punto de acción; son los fungicidas QiI, activos contra mildius y entre los que se cuenta otra de las estrellas de la lucha contra los mildius: la ciazofamida (RANMAN)
El grupo D afecta a la síntesis de
aminoácidos y proteínas. Dentro de él están las anilino pirimidinas del D1, que
interfieren en la síntesis del aminoácido metionina. El ciprodinil (uno de los componentes del SWITCH), el pirimetanil (SCALA) y el mepanipirim (FRUPICA) forman el grupo;
es decir, los tres antibotritis más utilizados en los últimos años bajo los
plásticos de Almería. Deseo fervientemente estar equivocado, pero mucho me temo
que el monumental ataque de pudrición de esta campaña pueda tener algo que ver
con el uso casi en exclusiva de los fungicidas de este grupo… Veremos.

El grupo E lo forman sustancias que alteran
la trasducción de señales, inhibiendo los mecanismos metabólicos que permiten a
la célula adaptarse a su entorno. Dentro de él se encuentran dos grupos muy
importantes para el control de Botrytis: E2) los fenilpirroles, entre los que se cuenta el fludioxonil (el otro componente del SWITCH); y E3) las dicarboximidas, un grupo clásico de fungicidas de
los que tan solo la iprodiona
(ROVRAL) sobrevivió a la armonización europea.
En el grupo F se engloban sustancias que
alteran la síntesis de los lípidos y la integridad de las membranas celulares.
Entre los carbamatos del F4 está todo un clásico en la lucha
contra oomicetos: el propamocarb
(PREVICUR) ; pero también incluyen –en el F6– al primer fungicida biológico: el Bacillus
subtillis (SERENADE), que acaba de ser registrado en el MAGRAMA por BAYER.
En el grupo G encontramos a los inhibidores
de la síntesis del ergosterol, el grupo de fungicidas más abundante. El G1 lo forman los inibidores de la demetilación (DMI), ampliamente utilizados contra
oídios desde hace décadas: ciproconazol
(CADDY), flutriafol (IMPACT), miclobutanil (SYSTHANE), penconazol (TOPAS) o triadimenol (BAYFIDAN). Algunos fungicidas de este grupo son activos contra otros hongos, como es el caso del tebuconazol (ORIUS) En el G3 encontramos a una de las últimas
incorporaciones a la lucha contra Botrytis: la fenhexamida (TELDOR)
Los
fungicidas del grupo H afectan a la biosíntesis
de la pared celular, impidiendo que se forme correctamente. En el H3 están las Amidas del Acido Carboxilico (CAA) que afectan a la síntesis de la
celulosa y son una herramienta indispensable contra mildius; entre ellos están
un viejo aliado –dimetomorf (ACROBAT)– y un reciente fichaje –mandipropamid (REVUS)–.

Los
grupos I y H no tienen importancia en hortícolas. No puede decirse lo mismo del
cajón de sastre donde se agrupan los fungicidas de los que se desconoce el modo
de acción; como el cimoxanilo
(CURZATE) y el fosetil-Al (ALIETTE),
dos clásicos de la lucha contra los mildius. Por último –pero no menos
importante– tenemos los fungicidas con
modo de acción multisitio. Estos compuestos afectan varios procesos metabólicos simultáneamente por lo que resulta
muy difícil que los hongos generen resistencias contra ellos; de hecho,
nunca se ha reportado ninguna. Entre ellas tenemos el azufre, las sales de cobre,
los ditiocarbamatos y el clortalonil. A veces se ningunea la
importancia de este grupo, cuando a mi
juicio son absolutamente básicos en el control de hongos, pues son los únicos
fungicidas preventivos realmente eficaces para algunos de los más destructivos.
Es
evidente que manejar tanta cantidad de información –y tanto palabro– es casi
imposible, máxime cuando en la práctica diaria no usamos las materias activas –sino
las marcas comerciales– para referirnos a los fungicidas. Por ello he construido la tabla que muestra la quinta imagen,
que no es otra cosa que una adaptación del poster del FRAC donde he sustituido
las fórmulas de las materias activas por las marcas comerciales que todos
conocemos (espero que nadie se moleste) Podéis descargarlo con mejor resolución
en el site de la
revista homo agrícola.
A lo
largo de la serie de post daremos más de una vuelta al poster de marras, pues
es imprescindible tenerlo presente si queremos retrasar la aparición de
resistencias. Y digo retrasar, porque evitarlo es imposible; los hongos son
unos auténticos especialistas en desarrollarlas. Pero de resistencias a los
fungicidas hablaremos en el próximo post.